sábado, 18 de octubre de 2008

La caída de Wall Street


Omar Granados

A pesar de ser un tema que ha sonado fuertemente en las últimas dos semanas, el fantasma de una crisis en el sector financiero internacional ha deambulado las editoriales de los rotativos más importantes del mundo desde julio del 2007. La explicación de este problema es tan complicada que los mismos expertos y políticos no logran un consenso en todos los detalles. Por suerte hay certezas para describir los sucesos, pero debido a la complejidad de los mismos empezaremos por lo preliminar.

Las condiciones en las que se gestó esta crisis nos remiten 17 años atrás, a la caída del muro de Berlín, aquél hecho significaba el fin de la guerra fría con la derrota del llamado “socialismo real”, e imponía a EU y a sus aliados como la victoriosa y máxima potencia mundial. Conceptos como el capitalismo desregulado, el libre comercio, la libre empresa o la anulación de aranceles, habían derrotado a los paradigmas del socialismo del S. XX: la economía centralmente planificada, el Estado empresario, la rectoría económica en manos del Estado, la política arancelaria, etc. EEUU tuvo en la última década del Siglo XX y la primera del XXI, la oportunidad de poner en práctica libremente lo que Adam Smith y David Ricardo habían teorizado hace más de dos siglos, pero esta vez casi a lo largo de todo el mundo.

Éstos fueron años de auge, no sólo en EEUU: el mundo capitalista parecía anunciar su triunfo. Fue muy famosa, por ejemplo, la teoría que sobre “el fin de la historia“ propuso Francis Fukuyama. Pero finalmente, esta precoz teoría de que la historia había llegado a un momento donde el capitalismo neoclásico no tenía ya enemigos de cuidado -y el cumplimiento del consenso de Washington se cumpliría sin límites en lo sucesivo- se comprobó falsa. Si bien EEUU no tuvo rival durante los noventa del S. XX, la recesión (ausencia de crecimiento) anunciada desde el año 2000, los ataques al WTC en 2001 y las consecuencias de sus propios actos desencadenaron la crisis financiera que hoy aqueja a los EEUU.

Las entidades en crisis, localizadas en el “sector financiero”, representan una actividad económica que bien podríamos llamar “la industria del dinero”. Ésta, se constituye básicamente por bancos, instituciones financieras de contratación y venta de deuda, administradoras de fondos (AFORES por ejemplo), mercados de valores (bolsa de Valores) y servicios financieros como casas de cambio, cobranzas o asesorías de inversión.

En julio del año pasado inició la alarma en este sector tras el reporte de enormes pérdidas en los bancos más grandes del mundo, debidas sobre todo, a cierto tipo de préstamos otorgados a partir del 2001. Estos préstamos contienen un alto riesgo de impago ya que se otorgan a gente o empresas de menor ingreso (los subprimes) y fueron consecuencia del auge de crédito causado por la Federal Reserve (Fed) de EEUU como la solución a una inminente recesión desde el inicio del primer cuatrienio de George Bush II.

Bajo la dirección de Alan Greenspan, la Fed (banca central que emite moneda y fija las tasas de referencia con una dirección mixta -gubernamental-privada- sin responsabilidad ante el legislativo) bajó las tasas de interés -el costo del crédito- hasta el 1% con la intención de incentivar el crecimiento económico. Esta cifra, que no había sido vista desde la primera mitad del Siglo XX, disminuyó la rentabilidad de los negocios en Wall Street y provocó que sus bancos de inversión se vieran en la necesidad de invertir en estos negocios. Los préstamos subprimes fueron el modelo de negocios a seguir una vez que los sádicos inversionistas de Wall Street invirtieron en este mercado de alto riesgo. Los ejecutivos neoyorquinos diseñaron hipotecas que ofrecían un gancho con tasas de interés bajas en los primeros años, pero que protegidos en las políticas de Alan Greenspan, subían las tasas con el tiempo. Estas decisiones acabaron con la regulación de los poderes ejecutivo y legislativo al sector y los préstamos a los subprimes se hicieron más comunes: en el año 2000 representaban un poco más del 5% del mercado hipotecario y ahora se piensa que podrían ascender al 20%.

Al principio todo era lógico para los prestamistas: los créditos de alto riesgo pagaban más réditos y el dinero les sobraba. El problema fue que nadie se preguntó por un escenario donde los deudores no pudieran seguir pagando, las pérdidas que anunciaron bancos como HSBC y Citigroup en julio del año pasado, indicaban que los subprimes eran buen negocio a corto plazo, pero a medida que pasaba el tiempo reportaban una moratoria más importante por parte de los deudores.

Algunas deudas fueron vendidas a instituciones que pagaron menos del valor “real” para intentar seguir cobrando esas carteras de deuda. Debido a la oscuridad del secreto bancario, estas instituciones no reportaron completamente lo que sucedía y por el contrario emitieron complicados bonos y vendieron estas deudas a los bancos e instituciones financieras del mundo, contagiando la enfermedad silenciosamente y en una forma masiva.

Debido a que el sector financiero está muy interrelacionado a lo largo del mundo, al secreto bancario y a la complejidad de los bonos creados en Wall Street, la enfermedad se contagió a muchos bancos en diversos países. En algunos otros incluso se siguió el mismo esquema de préstamos que estaba avalado por la teoría del capitalismo neoclásico (llamado neoliberal desde fines del siglo XX): Laissez-faire, laissez passer”, o dejar hacer, dejar pasar. Esto es, que el gobierno no debe intervenir o incidir, por el contrario, los bancos y las instituciones financieras -parte fundamental del mercado- se regularían a sí mismos según la teoría.

En lugar de cumplirse la máxima de los clásicos del capitalismo, Marx tuvo razón. El cumplimiento de la ley de concentración de capital y la autodestrucción congénita del capitalismo clásico, le dieron la razón al barbón de Tréveris: cuando los inversionistas de Wall Street proyectaron ganancias tan altas a partir de los subprimes, no tomaron en cuenta que los deudores no podrían sostener sus obligaciones monetarias y como consecuencia no generaron los réditos planeados. Los dueños de los bancos buscaron evitar las pérdidas originadas por sus errores y se deshicieron de esas deudas de una manera vil, ofreciéndolas como bonos de pago garantizado en lugar de decir abiertamente lo que eran hipotecas subprimes. Por esta razón pasaron años para que se conociera la verdad sobre algunos bonos y parece que la mayoría aún están por descubrirse.

Entre tanto, las tasas de interés bajas causaron -naturalmente- una mayor inflación y para evitar una espiral inflacionaria las tasas de interés se incrementaron desde la Fed. Esto provocó que quienes estaban endeudados ya no pudieran pagar y muchas veces coincidió con la “trampita” de los colosos de Wall Street (las tasas bajas después de los primeros años, se dispararon). Muchos consiguieron otra hipoteca con mayores tasas de interés para intentar seguir pagando, pero esto generó una falta de pagos en los primeros créditos (los subprimes). Cuando la Fed detectó que 20% de éstos deudores no pagaban debido a la contratación de más deuda, prohibió a los bancos cambiar las viejas deudas por nuevas.

La prohibición de estos movimientos desencadenó esta crisis ya que ante la repentina falta de confianza entre estas instituciones (debido a que no se puede saber el estado real de sus finanzas) hubo menor crédito. Lo anterior provocó que todos fueran más críticos con los bonos y deudas existentes, nadie quisiera prestarle a una institución que no pueda pagar, aunque haya una tasa muy atractiva. Debido a que no se debería prestar más dinero sobre el mismo bien inmobiliario, los bancos (que estaban perdiendo con los subprimes) estaban al borde de una quiebra por falta de liquidez (ausencia de efectivo y de crédito). Los dos mayores bancos del mundo, Citigroup (que compró Banamex sin pagar impuestos) y HSBC, entraban en crisis. Asimismo, la casa de Bolsa más grande del mundo (Merril Lynch) que se había convertido en un banco de hipotecas desde el año pasado, finalmente quebró hace dos semanas cuando el Tesoro gringo no quiso -o no pudo- rescatarlo.

Con el anuncio de la ayuda gubernamental en los más recientes casos de quiebras técnicas, el gobierno optó por un cambio radical en su política económica (agárrense): Henry Paulson (Secretario del Tesoro) y Ben Bernanke (director de la Fed) guardaron su bandera de la libre empresa y sacaron un maletín con 114 mil millones de dólares, (114 billions en inglés) primero para fusionar Bear Stearns con JP Morgan Chase y luego para estatizar (aunque Ud. no lo crea) la aseguradora más grande del mundo (AIG).

Si esto no fuera suficiente, la ayuda no funcionó y por el contrario prendió más los focos del mercado financiero mundial y nos hizo preguntarnos: ¿Cómo es posible que quien impuso la libre empresa en todos los sectores de la economía, la desregulación y todo un sistema de sociedad basado en el fundamentalismo de mercado, ahora venga a rescatar su sector financiero para salvar su economía? Algo debía estar mal con la receta, se dijeron, y los bancos centrales del mundo rescataron sus mercados financieros con la cantidad récord de 285 mil millones de dólares en liquidez (este rescate y la estatización de AIG sucedieron el pasado jueves 18/09).

Por supuesto que si esto hubiera funcionado, no estaríamos hablando de una gran crisis por venir. La razón por la que Joseph Stiglitz anunció la caída del fundamentalismo de mercado fue debido a que los rescates “caso por caso” no habían funcionado y lo que hacía falta visiblemente, era una solución estructural que regulara el mercado financiero, además de inyectar capitales masivamente en estas entidades financieras.

No era tan fácil que EEUU traicionara sus principios doctrinarios, así que en un primer momento G. Bush II pidió poderes totales para que el secretario del tesoro, Paulson, pudiera manejar sin contrapesos, 700 mil millones de dólares (700 billions en inglés). La propuesta enviada al capitolio incluye, además, muchas nuevas facultades para el secretario del tesoro entre las cuales destacan: autoridad para comprar activos relacionados con hipotecas, “realizar las acciones que considere necesarias” (entre las cuales estarían: nombrar empleados y funciones, firmar contratos de servicios, designar instituciones financieras como agentes financieros del gobierno “para realizar las tareas razonables“, etc.), elaborar la normatividad para llevar a cabo estas medidas, administrar los activos adquiridos, venta de activos relacionados con hipotecas, realizar “cualquier” transacción financiera, discrecionalidad sobre los montos adquiridos con lo vendido y finalmente que no se puede inspeccionar lo realizado por Paulson desde el Congreso, todo, por 2 años.

A lo anterior, que supone la obtención de todo el poder de regulación e intervención en el secretario del tesoro, se le debe sumar el aumento del techo de endeudamiento público, que pasó de 10.6 billones (trillions, en inglés) de dólares a 11.3. Paulson tuvo la oportunidad y puso su granito de arena para que el Congreso aceptara el derrocamiento de Wall Street en su favor, afirmando ante los legisladores que “si el plan no se aprueba, que el cielo nos asista“. Alguien amenazó también que se desataría el caos de no aprobarse el paquete. Así, cuando se anunció este rescate, las acciones en Wall Street subieron, el dólar subió su cotización y el barril del petróleo bajó su precio. Pero al día siguiente, cuando los demócratas (mayoría en el capitolio), no aceptaron las condiciones del rescate a los inversionistas, el barril de petróleo rompió su récord y subió 16 dólares. en un día, las acciones cayeron y el pánico afectó a los inversionistas.

Las comparecencias del gabinete económico y Bush II tenían el objetivo de esparcir el pánico, así, los legisladores tendrían que aceptar el plan forzosamente ya que con estas premoniciones y sin un rescate del erario, ningún inversionista querría cerciorarse si la crisis anunciada sería cierta, y por lo tanto el valor de las entidades financieras tendería a cero. Una posible caída de la economía por estos motivos sería -con estas manipulaciones republicanas- culpa de los demócratas por no aceptar el plan de la casa blanca.

Quizá lo que finalmente veamos sea una decisión intermedia entre “todo el poder a Paulson” para el rescate y una opción (no planteada por nadie aún) de un “no” rotundo a dicha donación a los inversionistas por parte del erario (difícil porque nadie ha planteado las acciones que acompañarían esa simple negativa). El dinero muy posiblemente será otorgado, pero es difícil que a Paulson le den todas las facultades planteadas por Bush ya que la misma idea de intervenir en la economía podría parecer muy extraña para demócratas y republicanos, que a pesar de todo podrían verse obligados a votar la ley a pesar de no estar de acuerdo.

Lo seguro es que el rescate lo pagará el erario, y ya que muchas de las grandes corporaciones multinacionales ni siquiera los paga (sobre todo porque lo que se vende en la bolsa no paga tales gravámenes) la deuda la absorberá el gringo promedio.

Por otra parte, aún queda el riesgo de que el rescate por grande e institucional que sea, no funcione, ya que lo que se tiene que solucionar es la crisis de credibilidad de todas estas instituciones y su crisis de liquidez. Jalife Rahme (La Jornada 29/09/08) comenta que la liquidez y la credibilidad no podrían ser recuperadas debido a otro tipo de instrumentos más complejos y mas oscuros, realizados en mostrador, sin registro y en paraísos fiscales fuera de los EEUU. Esta creencia postula un déficit producido por la crisis que asciende a la irreal cantidad de “90 billones de dólares, probablemente más que el doble del excepcional crédito total en el mundo, y (...), el doble del PIB global”. Siendo así, un famoso dicho americano sentaría bien al “rescate“: too little, too late.

Como decía, es difícil decir lo que veremos, pero es un hecho la necesidad de regular a la banca y a los especuladores para que nada de esto vuelva a suceder, así que de ahora en adelante podríamos empezar a escuchar conceptos insólitos como: impuestos a las transacciones bancarias, multas a la especulación, límites a las ganancias de los bancos y muchos conceptos eludidos durante décadas.

La enseñanza de esta crisis es que lo teorizado durante siglos por el capitalismo no ha sido cierto: la economía de libre mercado no se regula a sí misma. Más específicamente: los inversionistas tienden a la especulación y corrupción debido a la desregulación.

La salida según muchos analistas se acercarían a las teorías de Keynes que se implementaron después del crack de 1929: controles legales para la protección de trabajadores y consumidores, un contrato social que garantice educación, salud, pensiones y otros servicios por parte el Estado. Todo lo anterior constituye una afrenta al capitalismo neoclásico y para poder llevarse a cabo tienen que realizarse varias transformaciones políticas debido a que las élites de gran parte del mundo son -aún- partidarias del neoliberalismo.

Aún así, recordemos que desde hace 100 años, en la zona escandinava, estos preceptos regulatorios se cumplen y debido ese control a la libre empresa (entre otros factores como la baja población), es que son la región del mundo con mayor desarrollo económico en su población; EEUU también usó el proteccionismo al interior durante años, a pesar del libre comercio que proliferaban por el mundo. Finalmente como propone H. J. Chang, las potencias usan el proteccionismo mientras exigen el libre cambio y la ausencia de subsidios y regulación a los países en desarrollo.

En México habrá varias consecuencias (además del billón de pesos en pérdidas ya anunciadas en la Bolsa Mexicana de Valores sin contar lo que pasó en las filiales de bancos de EEUU en el país), por ejemplo la disminución sustancial de las remesas, el encarecimiento aún más del crédito y la escasez del mismo, y no descartemos la quiebra de una que otra institución que haya invertido en estos negocios sin saber en lo que se metía. Además caerán las exportaciones, habrá menos empleo y subirán más los precios. La postura cómoda y tranquilizadora del gobierno es sólo una ayuda a los bancos locales, los cuales tratarán de mantener la calma hasta el último momento, en el que seguramente tratarán de generar pánico para otro rescate como hizo su jefe, el emperador G. Bush II (Felipe de Jesús Calderón, Zedillo, Francisco Gil, Ángel Gurría y algunos otros ejemplos de nuestra fauna neoliberal defendieron y aplicaron el rescate de los bancos “mexicanos” en 1995).

Para concluir, habría que decir que la lógica del libre mercado y el neoliberalismo están lejos de dejar de existir, ya que durante siglos han demostrado su inviabilidad, pero siempre logran salir a flote. La construcción de una alternativa sana tiene que darse en cada país dependiendo de su historia y tomando en cuenta sus características, asimismo, muchos países han virado en lo económico desde hace tiempo y algunos nunca llegaron realmente al neoliberalismo. Lo que es innegable es que asistimos al fin de una era, donde los capitales especulativos del mundo no tienen ya a dónde escapar: Wall Street, su refugio regular, ha dejado de ser una banca de inversión para convertirse en banca comercial regulada por el gobierno y seguramente el ejemplo se esparcirá por el mundo. Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos cuál será el sistema social equivalente que necesitamos en México, teniendo presente esta nueva derrota del capitalismo neoclásico y que represente una alternativa seria frente a él. Además, otra característica necesaria es que controle la economía y la política con el conocimiento de que aún en crisis, lo neoliberales nunca regalarán el poder.